Las hojas del
viento
tocaron apenas,
rasgaron,
liberaron lirios
por los cuatro llantos;
me dieron
silencio.
Frutos salvajes
enhebraron mi alma
ocuparon su
sitio, su talante,
y no estuve ahí
para escucharlo.
Nadie aprende
por sí mismo
nadie reza por
sí solo
ni el sol ni el
labio
ni el lirio de
escasa piel.
Nadie obsequia
el llanto de bienvenida
en un lugar
ocupado por todos,
un espacio
inherente entre el bien y el mal,
cabizbaja sombra
entre las piedras.
José Francisco
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